MANADA
No sé distinguir los unos de los otros
cuando van agrupados
como bandos de gorriones,
entre parejas que se besan
y viejos que sonríen.
Pierden el color y hasta la forma
y diría que van desapareciendo
como hileras de palmeras en la niebla.
Son confusos como sombras
de luces desvaídas y alejadas
a las que nunca llegas aunque las persigas.
No. No sé distinguirlos
porque nunca están a solas;
rechazan ese encuentro
y pierden la sensación de conocerse.
Y van pasando el tiempo y así la vida
sin pensar en singular, en el nosotros ,
para no empañar el todos agrupados
como arena que la mar arrastra.
Acaso, algún día, tras una tentativa
de mirarse a escondidas,
puedan descubrir el daño que se hicieron
y, entonces, recuperen esa sensación,
tanto tiempo olvidada,
de ser sólo uno mismo.
No sé distinguir los unos de los otros
cuando van agrupados
como bandos de gorriones,
entre parejas que se besan
y viejos que sonríen.
Pierden el color y hasta la forma
y diría que van desapareciendo
como hileras de palmeras en la niebla.
Son confusos como sombras
de luces desvaídas y alejadas
a las que nunca llegas aunque las persigas.
No. No sé distinguirlos
porque nunca están a solas;
rechazan ese encuentro
y pierden la sensación de conocerse.
Y van pasando el tiempo y así la vida
sin pensar en singular, en el nosotros ,
para no empañar el todos agrupados
como arena que la mar arrastra.
Acaso, algún día, tras una tentativa
de mirarse a escondidas,
puedan descubrir el daño que se hicieron
y, entonces, recuperen esa sensación,
tanto tiempo olvidada,
de ser sólo uno mismo.
1 comentario:
Diego Fernández, mi querido "Piropo", el de los pinceles en ristre y la pluma azul, amigo del campo y las tormentas del verano que dejan el olor a tierra mojada, de los "gurriatos montesinos" volando La Serena apacible. El Piropo de Campanario, paisano hasta en sus andares por los atardeceres sin sombras. El color de tu mirada lo dice todo: la gente pasando alrededor, muchedumbres enteras como un remolino sin fijarse en lo que son o pudieron haber sido. Personas en huída constante de sí mismas, llorando, empujando, colocadas en una cola interminable y caminando solas, a pesar de la compañía de los otros. Como la arena que es arrasada hacia el mar, esa misma arena presa ahora en el reloj, fluyendo sin parar hasta morir en la metáfora del sueño. Así vamos andando y volando, subiendo y escalando, precipitándonos en un vacío donde no existe el eco del auxilio. Sólo el tiempo será capaz de detener esta locura y, mientras tanto, seguiremos descifrando nuestro mapa genético para llegar a saber quiénes somos y de dónde venimos.
Piropo..., sigue pintando a tu ritmo y escríbelo en tu diario de abordo, en esa constante Elegía tan tuya que ya es también nuestra. Un colorín se ha posado en el alféizar de tu ventana y está cantando la ópera de la vida, el drama de estar vivos a pesar de ser esclavos de la parca.
Cosme López García
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