aún calientes de sus casas. En la muda de sus dientes
brotan espadas afiladas en la oquedad de sus colmillos
y sus sonrisas diminutas no llegarán a ser nieve.
Cada día, caudillos militares pasean orgullosos sus heridas
por los huecos de las anchas avenidas.Enhebran la aguja del orgullo
en el aire viciado de sus cuerpos y sacan pecho,
arremangando sus camisas para exhibir sus tatuajes.
Cada día, anónimos soldados mutilados parten
de la estación central,donde se fletan trenes atestados de dolor.
Van desvistiendo a sus esposas mientras fuman pólvora y tabaco
y los reclutas se emborrachan con con el agua oxigenada
del recuerdo del cabello de sus novias.
Cada día, los carniceros de ángeles separan los cuerpos
de las plumas de sus alas en mercados oscuros y vacíos.
Los gatos persiguen a las moscas y las ratas andan ocupadas
en roer las ensangrentadas camisas arrojadas a las alcantarillas.
Y, de vez en cuando, un fuerte remolino rompe el sosiego
Y, de vez en cuando, un fuerte remolino rompe el sosiego
y arrastra por el aire los corderos del rebaño
hasta los altares de mármol donde esperan,
con las cuencas vacías, las calaveras de los dioses olvidados.
Sobre los duros peñascos, donde jugaban los niños,
van creciendo algunas cruces para hacer más duradera
la memoria de aquellos muertos que llaman
“daños colaterales”.
hasta los altares de mármol donde esperan,
con las cuencas vacías, las calaveras de los dioses olvidados.
Sobre los duros peñascos, donde jugaban los niños,
van creciendo algunas cruces para hacer más duradera
la memoria de aquellos muertos que llaman
“daños colaterales”.
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