Muchos de los cuadros que se realizan persiguen el fin de dejar boquiabierto al espectador y, a fe mía, que lo consiguen. Algunos suelen ser cuadros perfectos en técnica y ejecución – maravillosos al paladar primero y muy digeribles después. Otros suelen ser de dimensiones enormes, a veces colosales, casi catedralicias, y algunos más están repletos de materiales más o menos extraños o bien de un realismo perfeccionista que raya con el virtuosismo. Ya lo he dicho su fin principal es lograr que abramos la boca en un enorme ¡¡¡OHHH!!!
Suelen gustar a la gran mayoría, sobre todo a esa gran mayoría que ha visto poca pintura y suele guardar grandes colas cuando la tele anuncia que tal o cual exposición temporal de tal o cual genio intemporal hay que verla. Esa mayoría se planta ante aquellos cuadros que son para ojear e incluso mirar y ver lo fácil, lo superficial, lo que no requiere viajar hacía dentro y sueltan so ¡ohhh…! Y se van al de al lado y dicen ¡qué bonito ¡ … En ningún momento me estoy refiriendo a estilos ni a movimientos, sólo hablo de “esos cuadros”. También es verdad que, algunas veces, nos equivocamos y alguno de esos cuadros tiene cuerpo y alma, lo que resulta maravilloso, pero no suele pasar con excesiva frecuencia.
En la otra parte están los cuadros que no se hicieron para “abrir bocas”, sino, más bien, para “abrir almas”. Suelen ser más “feos”, “más primitivos”, más descuidados y, a veces, mucho más duros y desagradables, pero suelen tener el sabor en sus posos y son sinceros y desgarrados y mucho más pasionales y auténticos.
Ante ellos la gente suele pasar de largo, con prisas y mirándolos de reojo. Debe ocurrir así por lo difícil que resulta enfrentarse a uno mismo y mirarse bien dentro, sin obviar la mugre y las purulencias. Desde luego es más agradable mirarse en un espejo limpio y ver “lo guapos que estamos”. Pasar sin mirar es uno de los sinos de nuestros tiempos; eso que solemos llamar prisa y que es mucho más fácil que necesario.
Particularmente yo prefiero quedarme con los cuadros que persiguen “abrir almas”, porque en ellos encuentro mucha más pureza. Ante los primeros también abro la boca, por supuesto, pero evito decir ¡ohhh ¡ y al despedirme de ellos suelo mirarlos de reojo y sin hacerles ningún guiño especial.